27.5.07

SAVO RECARGADO

No hace mucho entró en escena, dentro de nuestra conspicua comunidad litoral central, la figura de un nuevo mega-gurú: consideraciones apocalípticas reajustadas, algo así como en versión 2.0. El desenlace -o "proceso del fin"- a estas alturas, de hecho, ya se está desarrollando; esta larga coda que a mi me da -tal vez muy equivocadamente- por asociarla a algo así como la del final del 2º acto de Las Bodas de Fígaro. Esta actualísima arremetida apocalíptica me trae inevitablemente a la mente al gran Sandro (Botticelli, aclaro). ¿Tal fue el impacto de la flamígera elocuencia de aquel monje dominico que lo llevó a dejar los pinceles, o al menos, a abandonar definitivamente las exuberancias de sus amados dominios paganos por un ostentiblemente austero verbo de recogimiento y temor? La crítica actual, que permanece rendida ante los incombustibles encantos del florentino-pintor, ¿ha recuperado la figura de su contemporáneo de capucha oscura y robusto perfil, o el desatino de aguar la fiesta en su mejor momento con su impertinente lengua le sigue y seguirá pesando por mucho tiempo más? El discurso ahora, este nuevo discurso del fin, ¿qué tendencia, qué disposición estética alentaría esta vez (más allá de ese "2012" que se repite en las últimas obras de mi amigo Gonzalo Landea, quiero decir)? ¿Deberá nuestra comunidad, acaso, dirigir sus antenas en dirección a los cajones precordilleranos para escrutar ante Roberto Stack-pintor por una respuesta? Por una definitiva, en ningún caso. Sí por una nota válida dentro de esa candente y alucinada polifonía que no deja de hacerse sentir por estos días.

7.5.07

OTOÑAL

Esta mañana es espléndida. Espléndida para insistir en el desenlace de este cuadro, alargado, apaisado, sin motivos humanos (predominantes, quiero decir: la nota humana es lo que va justamente ahora, en ese último punto disponible, ese lunar bajo la mano, y esto me tiene, como siempre, bien entusiasmado.)
El cuadro va con construcciones: unas de aspecto más arcaico, otras de aspecto más metalizado, moderno, todo, ciertamente en un paraje yermo, desértico, un peladero. Insisto con esta clase de paisajes. Más de un amigo -amiga, sobre todo- me reitera ese criterio, esa linea interpretativa, que establece un paralelo entre lo que se pinta y lo que se es, o en la que se está. El enfoque es atractivo; lástima que el impulso del análisis nunca supere los niveles de cierta encantadora superficialidad: aquí hay mucho azul, algo te pasa con el azul; las figuras están siempre serias, talvez quiere decir que tu has estado demasiado serio. ¿Y los desiertos? La interpretación en este caso sería más o menos evidente. Iría desde cierta desolación, aridez interior (en sentido, de austeridad, soledad, silencio, en contraposición a la exuberancia de una selva que nos hablaría de tener muchas ganas de compartir, de repartir, etc), hasta un reflejo menos sicoanalítico y más político, que tiene ver con la aproximación personal a lo que es nuestro entorno, este gran peladero (incluso se puede hablar aquí de esa ineludible certeza que es el avance del desierto en nuestro paisaje, la desertificación progresiva de, al menos, esta parte del planeta.)

El cuadro que aparece en la foto, arriba, aclaro, no es el cuadro en cuestión sino otro anterior. En cualquier caso, comparten esa misma tonalidad desértica.

Vuelvo al trabajo.